Por “El aprendiz”
Siempre me fascinaron las veteranas, tampoco soy original, es una fantasía obligada de muchos de los que tenemos veintitantos años.
En esas fantasías me imaginé de todo y todo tipo de mujeres más grandes que yo; las profes, las del trabajo, alguna conocida o una casual que veía por la calle. Esa mezcla entre belleza, madurez, experiencia y el morbo que produce que te haga el amor una más grande y que uno le haga lo propio a semejante tipo de hembra.
Fue justamente hace un tiempo con una del trabajo, yo no me daba cuenta que me tenía ganas, hasta que en una salida nocturna me encaró y terminamos en el hotel que está a la vuelta del Kavanagh en Retiro. Esa noche pasé a otro nivel y quería más de esas mujeres, fue así como en mi larga travesía conociendo escorts, empecé a frecuentar maduras hasta dar con la que haga realidad toda mi imaginación.
Se llamaba Karina, la tenía vista y agendada hace varias semanas y a medida que pasaban los días me ponía a mirar cada vez más seguido sus fotos. Un día le mandé un mensaje y para mi fortuna era muy extrovertida, me respondía, conversamos, entre ida y vuelta me mandaba fotos, yo le mandaba de las mías, luego conocí su voz a través de sus audios y los mensajes iban subiendo de tono preparándonos para conocernos.
Aproveché una tarde entre la salida al trabajo y otro compromiso para ir a visitarla a su departamento de Palermo, cerca del Jardín Botánico. Me fui elegante, perfumado y listo para ser el nene semental de ella. Cuándo me abrió la puerta, me agarró de la solapa y me comió la boca, a lo que yo la apreté contra la pared, hasta que despacito en el oído me dijo “¿me vas a penetrar pendejo?”.
Pasamos a su habitación en donde no hubo tiempo para previas, nos desvestimos con la desprolijidad que provocan las insaciables ganas de descargar toda esa pasión de ambos. La puse en cuatro y mientras le daba con furia y calor, se daba vuelta para mirarme y decirme “haceme así nenito, dame más fuerte, quiero que seas mi juguetito sexual”.
Entre gemido y gemido me hacía volar de placer haciendo realidad lo que tanto me había imaginado, con una veterana sedienta de que le dé mucho sexo un novato como yo, ambos dos con su morbo hasta terminar por acabarle en la boca haciéndome una catarata sobre mi pene.
Esa mujer me dejó un recuerdo imborrable y una atracción que nunca se me apagó por esas mujeres maduras, o en su defecto, más grandes que uno.