Por “El viajero suburbano”
Cada tanto, por las noches frecuento el barrio de Flores. Tengo varias cosas que me ligan por allí; bares, teatros, música o la insana pero feliz costumbre de emborracharme un sábado a la noche en las cercanías de Nazca y Rivadavia.
Fué así como en una de esas giras nocturnas en que estaba solitario y con muchas ganas de hacer algo, me fuí sin rumbo hacia el barrio de Flores un sábado por la noche. Entré a un pub en donde tocaba una banda de rock y entre cerveza y cerveza hice amistad con otro como yo, con el que hubo buena química al compartir gustos musicales. Luego de algunas horas y con bastante alcohol en la sangre quería la compañía de una mujer.
Muchas veces me habían hablado de los lugares ocultos que hay en Flores, muchos de ellos archiconocidos y que forman parte del patrimonio cultural de la noche y del anecdotario de muchos aventureros como yo.
Preguntando a este nuevo amigo y corroborando con la gente del pub, me indicaron un discreto bar nocturno en la calle San Pedrito. Si bien estaba en mi eje, tenía algo de mareo y debo reconocer que el cambio de nombre en las calles que produce la Avenida Rivadavia, a veces me confunde un poco.
Dí algunas vueltas hasta que llegué a ese lugar, de una fachada discreta pero llamativa con luces cálidas tenues y una cortina negra que tapaba la vidriera invitando a pasar para ver qué es lo que hay adentro.
Ingresé y me encontré con un típico club nocturno muy agradable, algunos caballeros bebiendo en la barra, buena música y un montón de mujeres paseándose semidesnudas por el lugar o entablando conversación con otros visitantes.
Al dar unos pasos, se me presentó una jóven que a simple vista debería tener entre 20 y 23 años, flaca, bajita, de tez blanca, pelirroja por los hombros y con un cuerpo perfecto. Me saludó con un beso y ante mi pregunta me comentó cómo era todo ahí dentro. Simplemente le pregunté si estaba disponible. Conversamos y tomamos algo durante un rato, más por formalidad que por otra cosa y unos minutos después, ya estábamos los dos solos en una habitación, que especialmente tiene este lugar.
La experiencia fue fantastica, las más jóvenes que tienen actitud, vienen con un atributo especial al disfrutar plenamente del sexo. Esta muchacha tomó la iniciativa y como muchas mujeres jóvenes, le atraía un hombre de más edad como yo.
Con esa dominación, me cabalgó cada vez más intensamente mientras gemía y miraba hacia el techo estirándose como si estuviera masturbándose conmigo. Cómo soy un hombre que le gusta dar, terminé poniéndola en cuatro y entrándole con toda la pasión que me había provocado, casi en clave de juego como desafiándola a resistir mi furia.
Era noche de sábado, un momento muy vertiginoso para la tranquilidad, por lo cuál solo estuve un rato pero me hubiera quedado más.
Nos saludamos cordialmente, pero me dió la sensación de que ella se había apagado inmediatamente después de nuestro encuentro. Tal vez era yo el equivocado que esperaba una continuidad en esa conexión que habíamos tenido, o un dejo de ingenuidad de que esta dama podía llegar a dar algo más que solo sexo.
Lo cierto es que me gustó y me dejó una historia más para contar. Volveré por esta muchacha y tal vez la próxima la invite a salir a un lugar más tranquilo para conocerla y disfrutarla mucho más.